Es este el título del primer libro que inicia la Colección de
Monografías Publicapitel, promovida por el grupo cultural malagueño Capitel, al
que pertenece su autora. Inmaculada García Haro forma parte además de la
Asociación de Mujeres por la Literatura y las Artes (ALAS) y de la Asociación
Cultural Isla de Arriarán, es poeta, narradora y ha publicado artículos de
opinión y ensayos en diferentes medios. Su vocación por la cultura en
cualquiera de sus manifestaciones, le ha llevado asimismo a comisariar
exposiciones de artes plásticas.
En una cuidada edición de la
editorial “El desván de la memoria”, se nos ofrece un poemario lleno de matices
en el que prima la autenticidad de la expresión por encima del corsé estético
de la métrica y la rima, sin que ello implique una poesía desnuda en el sentido
juanramoniano de lenguaje escueto y sin ornamentación, porque, efectivamente,
la autora no escatima la utilización de recursos y adornos estilísticos para
dotar de intensidad expresiva al verso. Metáfora (“Mi casa interior/tiene pies enredados de hojarasca”), oxímoron (“la salida iluminada de lo oscuro”), paradoja
(“pues ladrillos de agua/conforman sus
muros”), hipérbole (“Te cabalgo y me
rompo/deshaciendo la piel que no me sirve”), entre otros. Pero, sobre todo,
es este un poemario de fuerte carga simbólica. Yemayá, deidad africana y
afroamericana, es el océano, el mar, que es fuente fundamental de vida; es la
diosa madre, patrona de las mujeres y dueña de las aguas, es la “madre cuyos
hijos son como los peces” (significado etimológico). Un elenco de deidades
mitológicas aflora a lo largo de los poemas de este libro -artificio este que
es utilizado de manera recurrente por la autora en buena parte de su obra̶- completando el soporte simbólico del poemario
junto a la presencia del mar que encarna la vida misma. La poeta se llama a sí
misma “hija” del mar (de Yemayá), del que nace y del que está hecha, en el que
se sumerge “Investida y coronada” “con la
fuerza de Neptuno”, sintiéndose parte de un todo, de “Un universo de agua” que la contiene.
Como indica José Luis Pérez Fuillerat,
prologuista del libro, dos temas importantes del mismo, entre otros, son el
amor y la amistad. A estos añadiría yo además, como telón de fondo, la
femineidad. Para Inmaculada García Haro, feminista de pura cepa, este es un
concepto que emerge en ella sin esfuerzo, de forma natural, vertebrando
multitud de sus escritos. También aquí. Lo femenino entendido no como género
sino como esencia misma del sujeto lírico, como fuerza interior, como arquetipo
en el sentido dado por Carl Gustav Jung de contenido del inconsciente colectivo
que tiene carácter universal, y que, en el caso concreto que nos ocupa, deviene
en diferentes facetas: la mujer como hija, en el sentido carnal y no simbólico
del término, como hermana, madre, amiga y amante. Siendo estas dos últimas las
que más presencia tienen en el poemario, no por desmerecer la importancia de
las otras, sino porque a lo largo del hilo conductor del mismo la amistad y el
amor se constituyen en pilares básicos de la evolución del yo poético.
Efectivamente, “Las hijas de Yemayá”
ofrece una secuencia. No es un poemario plano que dibuje diferentes ángulos de
una misma realidad lírica, sino que, de manera intrínseca, se reproduce un
tiempo, un recorrido evolutivo del estado emocional del sujeto lírico. Así,
comienza con un poema introductorio, titulado “Huecos”, que habla de un antes
y un después. El segundo poema (“La casa
de las tres muñecas”) vuelve la mirada hacia el pasado, hacia una etapa de
infancia compartida con sus dos hermanas que se desvanece con el paso del
tiempo, dando lugar en la última estrofa a la necesidad de reconstruir lo
perdido como un hálito de esperanza. El tercero (“Hay caracolas que silban
adiós”) es la expresión de una despedida; y, a partir de aquí, aparece un grupo
de seis poemas en el que el sujeto lírico recorre un proceso de reafirmación
interior, se mantiene “Incólume” (título del cuarto poema), “es más fuerte que un buque/en noches de
oleaje/pues ladrillos de agua/conforman sus muros”, (bellísima paradoja la de estos dos últimos
versos), y se sumerge en el mar (que es fuente de vida) “investida y coronada” “con la
fuerza de Neptuno”. Es aquí cuando
la amistad recompone sus “alas rotas”,
le ofrece “palabras y alimento” o se
convierten en su “antídoto” y en su “red”, en tanto que la maternidad le
ofrece “el don de permanencia”.
En esa progresión temporal en la que
estado interior subjetivo y versos van de la mano, aparece un poema corto
(apenas catorce palabras), titulado “Remate”, que sirve de bisagra entre los
anteriores y los que a continuación figuran. Quiero significar la intensidad
del mismo, su capacidad para transmitir aquello que se desea de una manera
completa y certera, pese a su brevedad, amplificando el contenido semántico de
los vocablos que lo conforman, lo que denota maestría en el hacer literario, y
esta maestría se percibe sobre todo cuando la palabra, ella sola, sin adornos,
se transforma directamente en emoción por el lector o lectora que la recibe. Siempre
que abordo este tema de la brevedad en poesía, me vienen a la memoria poemas cortos
de una gran belleza lírica como aquellos de Miguel Hernández titulados “Llegó con tres heridas” o “Tristes
guerras”, en los que la capacidad de síntesis de los vocablos es inversamente
proporcional a la carga emotiva de los mismos. Una verdadera maravilla muy
difícil de conseguir.
La siguiente serie de poemas desvelan
una nueva posición emotiva del sujeto lírico, esta vez de la mano del amor y la
sensualidad erótica, a través de los cuales “la hija de Yemayá”, inmersa en “Un universo de agua” de ese mar que la
purifica y es esencia de ella misma, alcanza su plenitud, “protegidos por muros de cristal”. El amor se presenta como motor que
transfigura la vida y que permite “el
nuevo amanecer” de sus días, cuya victoria final la autora quiere festejar
con un poema que, a modo de brindis, dedica al vino.
Por último, decir que el libro se
completa con una serie de ilustraciones de Carlos Esteve Secall, muy bien
conseguidas por cierto, que acompañan a una buena parte de los poemas.
En “Las hijas de Yemayá” la esencia
procedente del mar, como madre y origen, como deidad protectora de la mujer encarnada
en el sujeto lírico, es camino de sanación que nutre y purifica y permite la
victoria de la vida. Es un poemario no extenso, pero de gran expresión lírica
procedente sobre todo de la autenticidad que Inmaculada García Haro vierte en
sus versos y que, conjuntamente con los recursos literarios citados, le
confieren un pulso, una calidad poética merecedora, sin lugar a dudas, de ser
tenida en cuenta.
Escrito por Fuensanta Martín Quero.
*Publicado el 7/7/2013 en la revista de la Asociación Colegial de Escritores de España, Sección Autónoma de Andalucía: http://www.aceandalucia.org/
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